¿Por qué se asesina en nombre de la religión?
¿Por qué se aniquila al que piensa contrario?
La masacre de Sri Lanka es la más reciente de las atrocidades cometidas en nombre de la fe. Lo paradójico es que sea perpetrada en nombre del islam, una palabra que significa “paz”. ¿De donde surge la necesidad de la homogeneidad? ¿Porque nos empeñamos en buscarla como fin supremo cuando de convicciones, formas de vida y creencias se trata? Ese miedo a confrontar nuestras cosmogonías y a coexistir en medio de las diferencias. En nombre de una fe profesada por Mohammed que llamaba a los otros profetas hermanos terminan acribilladas más de 200 personas mientras celebraban la fiesta Cristiana de la Resurrección. La pascua. La vuelta a la vida después de la muerte. Para los habitantes del hemisferio norte coincide con la llegada de la primavera. Y no es un capricho. Fue una manera de ganarse a los paganos, de adaptar costumbres arraigadas a la nueva fe.
Pero la religión, una predica de amor, de promesa de salvación, de paraísos en diferentes formatos, según los diversos públicos de las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islamismo) encierra el peligro de la verdad única. Ésta se alimenta de que no exista la competencia.
De que se cuente sólo del lado mayoritario, entendido por ello, del lado de los ganadores (así sea un grupo numéricamente menor). Por eso en su génesis reside la intolerancia y la necesidad de dominación. Se nota con mayor claridad entre los conversos y los renacidos. El hombre joven díscolo que empieza su proceso de acercamiento a su Dios luego de años de desenfreno (el mismo Dios, el de siempre, el de toda su familia). Lo encuentra de adulto, pero no solamente ha salvado su alma de cualquier cosa que pase luego de que su cuerpo vuelva a la tierra y su espíritu se eleva. Se dedica a señalar que la fe de otros es menos verdadera. Aquí solo vale su fe como centro del universo y todo aquel que disienta de su manera obsesiva de entender la espiritualidad es un pobre racional. Racional como insulto. Racional como rótulo de un “alma que se niega a ver”. No hay peor ciego. Y a la par vienen aquellos que con explicaciones científicas quieren demostrar que su fe es la evolucionada, la de los elegidos. Como la pareja de médicos en el tren que cubría la ruta Casablanca – Marrakesh, que intentaban justificar que la católica que iba en el vagón no entendiera el verdadero sentido del islam, pues de acuerdo con ellos: “cuando el cerebro humano no estaba muy evolucionado apareció la religión judía. Luego cuando hubo un mayor grado de respuesta evolutiva apareció el cristianismo, y por último y solo cuando la mente humana había alcanzado su máximo punto de realización fue que apareció el islam”. Y así cada quien por el mundo, justificando que su creencia sea más noble, más pura, más iluminada.
En nombre de la religión resurge en Alemania el antisemitismo. Esa semilla europea que ni con el Roundup de Monsanto podría erradicarse. Y por su parte Netanyahu anexionando territorios, y ganando adeptos dentro de las capas más radicales de la sociedad israelí. Las mismas que observan con rigurosidad la religión, que juzgan a partir de ahí a quienes son buenos y a quienes no tienen remedio. ¡Ay Torá, Biblia y Corán! Que falta hace que la religión gobierne con el amor y no con el miedo. Pero el miedo es tan básico, es tan presente… el dolor fantasma existe, ¿pero alguien ha escuchado hablar de la felicidad fantasma que no es lo mismo que la nostalgia? Una felicidad que se sienta así de intensa como en el momento en que se vivió, aunque no exista más… Aunque ya no se esté visitando ese desierto, o hablando con ese amigo del alma. Sin dolor del recuerdo.
Quizá la violencia de las religiones se alimenta de la dureza de la vida terrenal. De las carencias materiales, de los delirios de acumularlo todo pero en manos de pocos.Quizá. Pero tampoco es una respuesta satisfactoria. Porque en este mundo hay millones de pobres pobrísimos y píos en sus creencias, que luchan por salir adelante sin prestarse para ser asesinos. Los asesinos son numéricamente menos. Pero hacen un daño terrible cuando su desequilibrio mental lo encausan hacia el mesianismo. De pronto hay muertes buenas y hasta necesarias. De tanto machacar el mensaje hay quienes terminan eliminando a los infieles.
¿Pero podría encontrarse la respuesta de paz en una sociedad laica y sin tradiciones religiosas? De acuerdo con la tesis del libro “El archipiélago francés”, de Jérôme Fourquet, la respuesta es un claro no. Para este autor, la sociedad francesa se ha fraccionado ante la falta de un elemento cohesionador como lo sería la observancia de los valores judeo-cristianos, en favor de la individualización. Pero también de la atomización de los monopolios de medios de comunicación, iglesia, partidos políticos que ha hecho que cada quien viva en su isla y se nutra de sus propias noticias y al final compongan un archipiélago. Pero hay algo en lo más profundo del humano que lo hace necesitar esa figura omnipresente, ese regulador de la vida y de la muerte, de la mano que mueve hasta la economía. Y en este ajetreo que supone la globalización, los grandes perdedores (el campo, las periferias urbanas, la clase media confundida entre si aspira o desciende, de acuerdo a las movidas de los mercados financieros) se aferran a las fuerzas políticas nacionalistas que reemplazan a ese Dios. De ahí que los populistas europeos tengan tanta acogida, de ahí que en las jóvenes repúblicas latinoamericanas se confunda el don carismático con el político de la mano dura. Siembra miedo y cosecharas votos. Una consigna que rememora la tradición de la vergüenza y el pecado tan útiles para las religiones monoteístas.
¿Por qué se asesina en nombre de la religión? Por miedo, por ignorancia.