Hay construcciones que se toman su tiempo. Crear un nombre y una reputación son procesos continuos y por ende largos. La historia de Peter es una tragedia en dos actos. El primero dura dos décadas y el segundo dos semanas. Y como muchas tragedias, el desenlace parte de una banalidad.
Primer acto
Peter sería alto funcionario gubernamental. Escribía discursos que le dieron un reconocimiento en su ámbito, alcanzó un cargo de carrera administrativa en un ministerio con influencias. Y siempre aparecía en las redes sociales sonriendo junto a los grandes de su partido. Una carretera bien asfaltada y con visibilidad al 100%. Cielo despejado. Y de seguir así, muy seguramente a partir del 1 de julio estaría sentado en un escaño del parlamento europeo. Una culminación de un sueño esculpido durante 20 años. Yo sentía cierta fascinación ante tanta clarividencia, tanto olfato para rastrear la pista correcta y tanta pinta de europarlamentario, incluso antes de terminar la universidad. Luego volvimos a coincidir en una maestría. Luego lo vería en las redes sociales puliendo su perfil político. Sacándose selfies con las deidades de su partido. Todo claridad. Una escalera de pasos firmes y pasamanos seguro. Un ser anodino pero intachable. Nada se le podía reprochar a Peter. Salvo que era un poco acartonado y que los trajes de saco y corbata parecían un par de tallas más grandes. Pero son nimiedades. Y Peter logra su designación como candidato de un pequeño pueblo para el parlamento europeo. La cereza del pastel y a mover a las masas, con la promesa de la renovación del partido. Fin de la primera escena. Aplausos y flash. Caen las cortinas.
Se levanta el telón.
Intrermezzo
Un músico de jazz, traductor, un hippie sin corbata pero de saco de paño se despide de un alto cargo como funcionario público antes de irse de embajador. Va de negro, pelo largo y barba. Habla 5 idiomas y ha dado la vuelta al mundo. Toca el piano en su propia fiesta de despedida. Lo abraza un ex diputado que fue antes taxista y antes de eso cerrajero. Y es su vida mundana y polifacética la que hace de él un imán. Un humano con aristas.
Segundo acto.
Imprentas a tope. Sesión de fotos. Una vieja amiga acompaña a Peter. Finalmente su amigo será candidato a las elecciones europeas y en una coincidencia de la vida, del pueblo en el que ella nació. «Tómame la mano» -le pide Peter. La amiga sonríe y cede. Para eso son los amigos. Y muy sonrientes posan para fotos aquí y allá. Una pareja joven y bonita. El dinamismo que necesita ese partido que no conecta con sus bases. Nace una esperanza. El partido imprime la foto de la pareja en el periódico local y en el pie de foto queda claro que es su novia. Y la araña no puede parar de soltar su hilo y teje un complejo entramado. Una novia lugareña y un empadronamiento en la población aledaña sirven para cimentar a Peter en la región. Peter va a representarlos en Bruselas y Estrasburgo. Quizá, a veces, pero solo a veces, pasará por allí a finales de este año para que se enteren de sus avances para la región. Será un saludo rápido en la sede del partido del poblado-trampolín. Luego volverá cuando se avecinen la próximas elecciones. La vida de un político es muy agitada, y los pueblos-trampolines quedan lejos.
Una amistad es incondicional hasta que los mínimos se fracturan. Y la amiga, que no tenía ningún guión pactado con Peter, encuentra molesto verse en el periódico como su novia. «Diles que corrijan ese texto». Peter, la araña, desoye la súplica. En un par de semanas todo pasará, y la historia de amor podría irse al traste porque la candidatura ya estará en la fase final. La amiga vuelve a insistir y Peter dice que todo bien. Qué lo hará. Pero el tiempo pasa. No lo hace. Y un canal local quiere conocer mejor al candidato de la región y se dedica a entrevistar a varias personas cercanas a Peter para crear un perfil. Por su puesto su novia no podía faltar. He ahí que la amiga aclara que esto es un malentendido, que ella no es su novia. Y la realidad le da un puñetazo en la cara a Peter: adiós candidatura, adiós membresía del partido en la población aledaña, au revoir Bruselas y Estrasburgo. ¿Hasta dónde se puede llegar para lograr un sueño?
A la derecha del escenario el partido busca el origen de la falla de control y lamenta su suerte. A la izquierda, Peter desorientado mira al público desde un sofá en medio del desorden y la soledad.
Cae el telón
De izquierda a derecha pasa el jazzista-abogado-traductor entonando una melodía con aires orientales…
La historia de Peter me sacudió. Me hizo pensar en esas carreras rectas y sin curvas. En las vidas puestas al servicio exclusivo de algo sin untarse de vida. ¿Por qué mentir sobre una relación amorosa inexistente? ¿Por qué no empadronarse en el pueblo aledaño por su propia cuenta e involucrarse con actividades regionales? Un hombre soltero y sin responsabilidades familiares, tiene bastante tiempo para dedicar al servicio social, luego del trabajo. Peter no entendió que hay que vivir para no tener que fingir lo que no se tiene. Y aquella «mentira piadosa» como la llamó él (y no es tan loco llamarla así, si uno piensa en las barbaridades que comenten otros políticos para lograr un cargo público y mantenerse en él), era realmente la traición a un pueblo y a un partido necesitado de caras nuevas que lo saquen de esa fosa que habitan. Mientras
No sé si Peter saque alguna lección de eso y decida hacerse músico o artista, o viajar por el mundo. No sé si Peter logre entender que para levantarse de esa caída tiene que vivir de verdad. Con tropezones emocionales, con vueltas de tuerca, con pinchadas de llantas de bicicleta. Quizá luego del acto de contrición todas las piezas se recompongan y a las próximas elecciones europeas llegue Peter. Solo o con pareja. Pero con algo de vida y de cicatrices que le recuerden que el amor no hay que inventarlo. Con la humildad para reconocer que pisotear a una amiga no es nunca un mal menor.