La diplomacia es el arte de andar con los pies pero parecer que flotara. Hasta que llegó Trump y la convirtió en un sainete.
En un mundo lleno de sainetes y desaires. Así por ejemplo vemos que esta semana en Naciones Unidas demostró su desprecio por cualquier forma de cooperación, e incluso trajo a la mesas temas internos (que no corresponden a estos escenarios), hizo señalamientos contra Xi de China, contra los europeos, contra Irán, hizo alarde de haber logrado en algunos meses los que sus 44 antecesores construyeron durante 176 años. Mejor dicho, estamos frente a un prodigio.
Este prodigio no dejaría de ser más que una figura de gabinete sino fuera por el pequeño pero importante detalle de que su economía es uno de los bombones del planeta: un mercado con millones de consumidores, con un apetito voraz de tenerlo todo ya sea a contado o a crédito. Un sueño para los empresarios del planeta.
Y esto es lo que hace que la administración Trump sea peligrosa. Su mentalidad de magnate impulsado por el incremento de riquezas hace que su paso sea como el de un elefante en una cristalería. No le importa romperlo todo, si en algún lado huele un rendimiento.
Y con esos métodos que recuerdan al Estados Unidos del lejano oeste, esos tiempos donde no había más ley que la del más fuerte, va por ahí ahorcando países para alcanzar sus metas.
Una de sus más recientes víctimas es Irán. No vamos a defender la sociedad teocrática iraní, donde hay una violación de los derechos humanos frente a las mujeres, a los homosexuales, donde la corrupción y el apoyo a grupos terroristas está comprobado. No hay mucho que defender. Se cae por su peso. Pero de ahí a romper un pacto atómico con este país asiático, solo por borrar las huellas de su antecesor, hay mucho trecho.
Hace tres años un grupo de países puso en marcha unos esfuerzos diplomáticos enormes para conseguir que Irán dejara la carrera armamentista nuclear a cambio de levantar sanciones económicas y poder comercializar sus productos. Como cualquier acuerdo del mundo, no era perfecto. ¿Pero hacerlo trizas? Es la manía de los narcisistas. Si no lo hacen y lo firman ellos mismos, entonces es un desastre. Y aquí el padre de todo, piensa que todo lo anterior a su administración es, en efecto, un desastre.
Así que igual que con el acuerdo climático, de un plumazo se borró también del pacto con Irán. Quiere uno nuevo: pero mejor. Quiere ahorcar hasta hacer rendir a Irán para que renegocie. Una táctica de viejo lobo de los negocios: “te compro, cuando te tenga arrodillado pidiendo clemencia”… En otros tiempos no muy lejanos, todos los demás países se hubieran quedado callados o incluso hubieran apoyado la moción.
Pero en Europa hay un sentimiento de abandono por parte de su socio trasatlántico. Por primera vez saben que están “solos” en este barco. Así que hacen lo que mejor pueden: reman y sacan el agua.
Entre remo y remo han expedido una ley que protege a las empresas europeas de las sanciones. Pero sabiendo que hay que meterle dientes al asunto para que funcionen han presentado “special purpose vehicle”, una plataforma de transacciones financieras que debe funcionar como una bolsa de créditos. Allí las empresas que hagan negocios con Irán no dejarán rastro, y serán protegidas por el secreto propio de paraísos fiscales (la idea es que opere en Luxemburgo). Una idea buena pero incompleta. Y es que puede ser fabulosa para las pequeñas y medianas empresas que tengan un alto flujo comercial con Irán, pero pocas pretensiones con el mercado estadounidense. ¿Quién quiere tomar el riesgo de perder un mercado de millones de consumidores a cambio de unos miles? A los empresarios las cuentas no les dan y por eso es que algunos, ya incluso voluntariamente, han dejado de vender a Irán.
Aquí vemos cómo la bravuconada sí paga. Aquí o allá. Pero ¿siempre?
Pero en medio de esta aparente hegemonía y miedo, se destaca el esfuerzo de estos países de impedir que la administración de Trump rompa hasta la última copa. El SPV es un poco como la resistencia, el último de los soldados que deja la piel en el campo de batalla. Tiene un enorme valor simbólico. Es retar a los males políticos de nuestro tiempo: al unilateralismo, que nos convierte a todos en el escenario para recrear las luchas de sobrevivencia en el lejano oeste.
Ya estuvimos todos los presentes alguna vez allí, y ya sabemos que la ley del más fuerte solo se paga con sangre y dolor. Así que un aplauso a aquellos que alrededor del mundo intentan no hacer trizas los acuerdos de convivencia que buscan hacer del planeta tierra un lugar menos violento. Esperemos que las fuerzas europeas alcancen para sacar el agua del bote antes de que Irán decida saltar fuera de él.
Créditos: la imagen la saqué de http://mariellamujica.com