La mirada amplia y la frente estrecha: Europa

La mitología griega tiene una historia linda pero dramática sobre el destino de Europa. Aquella princesa griega, por la que Zeus enloqueció de deseos, al punto de transformarse en un toro blanco para engañarla y raptarla hasta la isla de Creta.  Dice el mito que allí engendró tres hijos suyos, y más tarde se convirtió en la reina de la isla. Luego la sucedería su hijo Minos.

Me encanta la mitología. A través de simples historias, los griegos pretendieron explicar a sus coterráneos el mundo, y años después resultan siendo muy útiles. Y el caso de Europa nos ilustra en parte algo que sucede actualmente en el continente que le hace honor.

El Zeus seductor de nuestro drama contemporáneo son los nacionalismos. Aunque el continente se encuentre en su momento más alto de prosperidad económica y de paz, se está montando en ese toro blanco de la xenofobia que lo lleva a destino desconocido. Europa, la de la mirada amplia, la de los ojos grandes, se enreda en sus propios miedos.

Pero no entiende que su fuerza consiste en su variedad. En no encerrarse en la isla de Creta, sino en entender que lo que un día expulsó por culpa de sus propias guerras (dos mundiales, una en España, otra en Italia, otra entre los protestantes y los católicos, otra más en los Balcanes…), ha regresado en otras generaciones, se puede dar el lujo hoy de recibir refugiados que buscan una vida digna, sin tener que morir cruzados por las balas de los señores de las guerras, de sus dictadores, de los hambrientos de poder.

Esos «otros» son los que han enriquecido a Europa, los que le han ampliado la mirada, los que le han puesto color a la piel, sonidos a la música y sabor a la gastronomía -sobretodo la alemana y la inglesa-. Esos «otros» son los que trabajan para salir adelante y para agradecerle a ese nuevo territorio que  le brinda oportunidades para vivir como seres humanos, para educar a sus hijos lejos de la barbarie. Son los que se enfrentan a un nuevo idioma, a un nuevo modo de vivir, incluso a una nueva sociedad con diferentes valores religiosos. Pero que se integran porque ellos mismos han ganado ampliar su mirada, como consecuencia de dejar atrás sus países, sus amigos, sus familias. No son traidores de los suyos, no son usurpadores del sistema. Son los que traen nuevas palabras, nuevos sabores, nuevas narrativas. Los que limpian casas, los ingenieros que programan y desarrollan proyectos ingeniosos, son los intelectuales, son los obreros, son los vendedores de fruta fresca, son los dueños de las floristerías, de las tintorerías, son los meseros, son las enfermeras y el personal del geriátrico, que se encarga de una sociedad que se va avejentando. Pero sobretodo son los vecinos de sus vecinos, y en ellos -que no son otros- se encuentran seres humanos maravillosos.

Y si Europa sigue empecinada en montar su toro blanco, y no bajarse de él antes de meterse al mar, será víctima de su propio «supremacismo blanco», un concepto tan inútil como devastador.

… Y por supuesto que esto no es una mirada a la ligera. Para aquellos que delinquen sean nacionales o de origen extranjero, el estado de derecho debe actuar con la misma rigurosidad.

 

 

 

La foto es tomada de: elglobodetrix.blogspot.com