Llevamos una año y medio escuchando que los negociadores intentan evitar el Brexit por un lado y por el otro, la contraparte intenta quedarse con lo que considera «la cereza del pastel».
Reino Unido está a seis meses de despedirse de su asociación con la Unión Europea. Este club que le proporciona la libre movilidad a sus ciudadanos, mercancías y servicios, amén de fondos estructurales para desarrollos regionales.
La burocracia europea siempre ha sido un buen enemigo para los políticos: un aparato enorme que debe traducir todos sus comentarios y decisiones en 27 idiomas, que requiere de unanimidades en los momentos más álgidos, que tiene una maquinaria enorme en una ciudad llamada Bruselas, que aunque geográficamente está en el corazón europeo, emocionalmente está lejos del resto de Europa.
Así que con este ente poco agraciado entre el público, una marea de noticias sobre la llegada de refugiados, un estado social que se ha visto reducido a sus mínimos y con una excelente campaña de miedo y desinformación fue fácil que muchos votantes creyeran que la salvación de Reino Unido, de sus pensiones, de su integridad como estado, pasara por borrar de un plumazo un acuerdo fundamental de convivencia.
Yo insisto que en Europa el problema no está en la política de las puertas abiertas que permitió recibir más de un millón de refugiados de las guerras en Medio Oriente. Creo que es el resultado de egoísmos, miedos y populismos. Disculparán los rótulos, pero estas tres palabras resumen una cadena de elementos europeos: hay miedos reales porque los beneficios de la globalización no han sido tan maravillosos como fueron las promesas, para muchos sectores de la sociedad. Pero la culpa no es del fenómeno sino de la posición que los estados tomaron frente a esto: la reducción de sus áreas de influencia, la creencia ciega de que solo el individuo es capaz de salir adelante sin tener en cuenta que cualquier sociedad cuenta con individuos muy capaces, medianamente capaces y carentes casi que de cualquier capacidad. Así que mientras menos estado está presente, menos oportunidades tienen amplios sectores de la sociedad. Una grieta por donde entra el populismo a sentar sus banderas.
Así estamos. Con un Reino Unido desfilando hacia el despeñadero. Con un equipo de negociadores de un lado, y por el otro de unos aprovisionamientos que hacen pensar en el Apocalipsis para el cual se preparan algunas sectas: la despensa siempre llena porque nunca se sabe si luego de que el fuego arrase todo, haya lugar para aprovisionarse.
Quizá un milagro, una torpeza o una chispa de inteligencia logre revertir este divorcio, que de momento pinta mal para todas las partes, incluidos los pequeños ciudadanos que tendrán que desempolvar sus pasaportes para moverse por Europa, y preparar sus bolsillos para un aumento de los precios. Amén de una limitación de sus horizontes culturales y humanos. Se necesita más intercambio y menos egoísmo. Pero sin solidaridad, es difícil que una relación crezca.
¿un nuevo referendum para echar atrás estos dos años? Bueno hay matrimonios que renuevan votos luego de una larga crisis. Una idea con el riesgo de que democráticamente se opte de nuevo por la salida.
Foto: internationalaffairsbd.com