Se llama Julieth.
Es mujer.
Es joven.
Analiza el fútbol.
Cubre el Mundial en Rusia.
Fue atacada por un espontáneo.
La besó frente a la cámara.
Reaccionó estoica.
Incluso sonrió.
Su video se hizo viral.
Y lo que conlleva la viralidad es que el tema esté a la orden del día en redes, en correos electrónicos, en los pasillos de la redacción, entre los amigos.
Y justo en los círculos donde estuve presente pareciera ser yo la nota disonante. Todos, y en su mayoría hombres, comentaban lo mismo: “Hombre, no es para tanto. Fue solo un beso.” “¿A quién le hace daño?” o la perla madre: “¿Pero que estaba pensando, meterse al río Amazonas y que no la devoren las pirañas?” “¡Quien la manda a meterse entre borrachos!” „Pero ¿no has visto lo de la curia en Chile? Eso si son cosas graves “, “Pues ahí tiene lo que quería, hacerse famosa. Seguro que se lo buscó. Mírale la actitud: ¡qué tranquila!”.
En resumidas cuentas, la víctima era culpable de meterse a la boca del lobo. No solo eso, además lo provocó, y por si fuera poco, hay cosas peores. Sí, señores… siempre habrá cosas peores en el mundo. Las violaciones, la impunidad, la hambruna, separar niños de sus padres en la frontera, la precariedad laboral, Donald, Viktor & Mateo, las dictaduras, la manada en España que es liberada a pesar de haber violado a una mujer, los nacionalismos de extrema, las armas de destrucción masiva, las masacres en Oriente Medio, las sequías en África, el deshielo de los polos, la falta de perspectivas para la próxima generación. Pero no por eso hay que desestimar el ataque que sufre la reportera durante su trabajo por ser mujer, por estar sola, por no darle un cachiporrazo con el micrófono a su atacante.
Y por su puesto que hay ataques menos violentos que otros. Éste es un acto si se quiere ingenuo, está disfrazado de sorpresa y recamado en galantería. Es solo un beso en la mejilla, y el toqueteo fue sin intención. Sí y sí porque es lo que nos muestra el video. Pero todos en la conversación parecen olvidar que lo que ocurrió fue contra la voluntad de la reportera. No llevaba en el cuello un letrero que dijera “free hugs”, como a veces se ve en los conciertos o en las manifestaciones o en las plazas concurridas de sitios turísticos.
La comparación de los hombres con las pirañas hambrientas del Amazonas es igualmente ofensiva. ¿hablamos lenguajes diferentes los hombres y las mujeres? ¿tienen los hombres la complejidad neuronal de las pirañas? Yo no ví la invitación de la reportera a que le interrumpieran su trabajo. ¿Cómo hacer que entonces un hombre entienda que No es No y Sí es Sí?
Aquí viene la segunda parte de la discusión: los perseguidos. “Esto es una cacería de brujas. Es que ya no se puede hacer nada” exclaman algunos conocidos después del debate del #metoo y luego de que el video de Julieth apareciera en prestigiosos medios alrededor del mundo. Y nada más lejos de la verdad: sí, las mujeres queremos, al igual que los hombres, sentirnos plenas, deseadas y realizadas. Pero queremos poder dar nuestro consentimiento. No queremos ser forzadas ni obligadas ni soportar los avances de los colegas pegajosos o de los espontáneos, con una sonrisa congelada en los labios. Las mujeres también reivindicamos el derecho a nuestra sexualidad y a no tener que creer que el deseo es pecado, que la sensualidad es mala, que hay que esperar y aguantar. Esperar a que el hombre avance y aguantar si no nos gusta.
Hombres: quiérannos libres y plenas. Quiérannos porque decidimos que queremos disfrutar de un polvo, de un café, de una vida entera con ustedes. Pero no contra nuestra voluntad.
Aquí la víctima fue la reportera. La víctima de un espontáneo que actuó como si las mujeres fuéramos un lindo accesorio que se toma o se suelta, según el gusto. El muñeco de felpa que se deja abrazar sin oponer resistencia con sus ojos vidriosos y vacíos. Pero la revictimización a través de los comentarios malintencionados que la culpan de provocar, de ser ingenua, de dramatizar, de buscar la fama.
Y no señores, esto no es la reivindicación de una venganza. El atacante no es un monstruo ni un Hervey. Pero es que esto no va más.
Así como un día dejó de ser normal la esclavitud, la inquisición, que las mujeres no sufragaran, que los negros tuvieran que caminar en vez de tomar el bus, que los judíos murieran en campos de exterminio. Faltan miles de cosas por irrumpir. Pero empecemos por aquí: empecemos con reconocer que las mujeres tienen derecho a decidir sobre su cuerpo y a ser las dueñas de sus deseos.