Invisibilidad: ¿persistente?

Eleanor Roosevelt lo dijo alguna una vez “Así que es hora de que nuestra generación haga visible los aportes femeninos y ponga punto final a la concepción errónea y peligrosa de considerar a las mujeres y a las niñas como ciudadanas de segunda categoría e incluso en algunos casos como mercancías de uso.

Las luchas por el voto femenino, por el derecho a decidir sobre su cuerpo, a ser consideradas individuos autónomos, a manejar autos, poseer tierra, ser titulares de una cuenta bancaria, ser elegidas para cargos políticos, ocupar puestos directivos en grandes compañías, podrían parecer anacrónicas en este tiempo y en la mayoría de las sociedades del llamado mundo occidental. Hoy en día vemos mujeres que viajan por el mundo, que son astrofísicas, que planean misiones espaciales, mujeres presidentas, empresarias, y libres en las calles.  Así que ¿por qué debemos seguir hablando de temas como la igualdad? Porque las cifras de Naciones Unidas ponen de manifiesto que, a nivel mundial, por ejemplo, 90 de 143 países, aún sostienen algún tipo de restricción legal sobre el empleo para las mujeres y en los países donde ellas trabajan a la par que los hombres, las mujeres reciben en promedio 24% menos que sus pares masculinos.

Asimismo, las mujeres continúan desarrollando la mayor parte del trabajo no remunerado, conocido como el trabajo doméstico de cuidados de familiares dependientes y limpieza. Esta invisibilidad convierte a las mujeres en uno de los grupos más vulnerables a la pobreza, la violencia y a la discriminación social y laboral. Tomemos como ejemplo la agricultura. En este sector productivo, el trabajo femenino corresponde en regiones en desarrollo al 43 por ciento de la fuerza laboral. En algunos países de Asia y de África, incluso hasta el 50 por ciento, según las cifras de organismos internacionales como FAO. Sin embargo, las mujeres agricultoras solo reciben hasta un 10 por ciento del total de los apoyos destinados a agricultura, pesca y actividades forestales. El trabajo del campo es en su mayoría no remunerado, y por ende se convierte en un aporte invisible al desarrollo social y económico del grupo humano al que pertenecen las mujeres agricultoras.

¿La consecuencia? La espiral de pobreza que se perpetúa porque en ese contexto las mujeres tienen menos acceso a sistemas de financiación para adecuación de tierras, sistemas de riegos, bancos de semillas, a ser propietarias de la tierra que cultivan. Sin estos apoyos, las perspectivas de eficiencia en la agricultura para las mujeres son menores.

En los centros urbanos las mujeres jefe de hogar se ven en la necesidad de aceptar trabajos con menores ingresos, que les permitan conciliar las labores de la familia con el trabajo. Pero en muchos casos, si bien los ingresos son menores, la carga laboral es igual que la de sus pares y por este motivo, destinan menos tiempo a la educación de los hijos. Las restricciones salariales tienden a comprar dietas menos ricas en el consumo de nutrientes.

Las mujeres que se dedican mayoritariamente a las tareas del hogar, si bien liberan a su pareja de las responsabilidades domésticas, también es cierto que su invisibilidad en los sistemas sociales conlleva a una mayor pobreza en la tercera edad al no tener derecho a recibir jubilación porque el trabajo de cuidado de los hijos, de los familiares enfermos o ancianos, así como las labores de limpieza y de cocina no son remuneradas. Como consecuencias, al no producir ingresos, no pueden por ejemplo pagar su seguro de atención médica.

La invisibilidad crea condiciones de abuso. A pesar de que según estudios económicos si se monetizara el trabajo no remunerado (cuidado de la familia y actividades domésticas) en un país como Suiza, este trabajo equivaldría al mismo aporte que hace el sector bancario a la economía. ¡Y bien sabemos que Suiza es el país de los banqueros!