En la política los juramentos son complicados de justificar una vez se rompen. Schulz, aún líder del partido socialdemócrata (cuando escribí esta entrada en enero), parece terminar crucificado como San Pedro… antes de que el gallo cantara, ya había roto sus promesas:
- Ganar las elecciones
- Una vez perdidas: dedicar todos sus esfuerzos a fortalecer su partido, que desde la oposición sanaría sus heridas, fortalecería su base y haría un contrapeso al gobierno desde el parlamento.
- Una vez rota las dos anteriores, nunca sería parte de un gobierno presidido por la Canciller Merkel. Pero la tentación para este pro europeo de ocupar el Ministerio de Relaciones Exteriores fue irresistible. Se podría leer como un premio de consuelo para un líder que logró la mejor mano -nunca imaginada- en esta partida para los socialdemócratas.
… y es que la política es dinámica. No se cansan los analistas politicos de repetirlo.
Pero la memoria no falla, y las bases, la opinión pública y las figuras de la cúpula que fueron rezagadas le han pasado la cuenta de cobro a Martin Schulz: la certeza de ser Ministro de Relaciones Exteriores fue flor de un día. De líder a perdedor, a jefe de la diplomacia alemana, a Judas, a “solo” congresista.
Y todo lo anterior a pesar de haber sido aclamado como líder del partido hace un año con 100% de los votos de sus bases.