Resulta que el miércoles culminó el proceso más largo de la historia judicial moderna de Alemania. Se trataba de la desarticulación de una célula de terror neonazi que asesinó a 25 personas. 24 de ellas eran extranjeras.
Resulta que de los tres autores, solo una está viva para contarlo.
Resulta que después de 5 años y más de 400 vistas judiciales la sobreviviente no contó nada. No declaró contra nadie. No logró que se desarticulara ni un ápice la escena de la extrema derecha violenta, sanguinaria y xenófoba. Guardó silencio sepulcral.
Resulta que el juez la condenó a cadena perpetua.
Y allí radica el sinsabor. La justicia punitiva sobre la restaurativa. La mujer, en silencio, va a pasar lo que le queda de vida entre rejas, que pueden ser por lo menos 25, igual que el número de sus víctimas.
Afuera los dolientes se quedaron sin su verdad. La sociedad se quedó a la espera de respuestas, de puntos para restaurar la confianza en las instituciones, entre los vecinos, en el tejido colectivo.
Y entonces no pude dejar de pensar en Colombia y en su nuevo gobierno que quiere más justicia punitiva. Más cárcel. Menos verdad. Menos respuestas. Menos puntos para coser esta colcha de retazos en que la guerra nos ha convertido.