Novichock es un gas nervioso de fabricación rusa. Este tipo de gas produce una contracción involuntaria de los músculos, puede producir un par respiratorio, de ahí un paro cardiaco. Es un arma letal sofisticada para no ser detectable y segura para manipularla sin grandes riesgos para el perpetrador.
Las armas químicas tuvieron su auge durante los años de la guerra fría. Las grandes potencias como Estados Unidos y Rusia diseñaron y fabricaron muchas de ellas tanto para amedrentar como para usarlas en contra de sus enemigos en suelo nacional pero también en territorios extranjeros.
Gracias a una serie de acuerdos internacionales y el uso de sistemas de alerta temprana que se pusieron en marcha desde la década de los setenta y hasta inicios de la década de los noventa, ambos bandos crearon una confianza que les permitió llevar a cabo sus ejercicios militares con cierto grado de transparencia y así evitar malos entendidos que derivaran en un combate directo.
Y es que después de la caída del muro de Berlín, la Perestroika y el Glasnot, en síntesis, con el colapso del modelo soviético, tanto espías como oligarcas rusos han encontrado en Londres y en sus alrededores la mezcla perfecta de grandeza y decadencia imperial, de primer mundo capitalista y de estertores de lo que fuera el viejo sistema de entramado espía. Y hasta allí se trasladan y recrean los pequeños y grandes dramas humanos y políticos.
Y uno de esos pequeños dramas, que podrían considerarse un ajuste de cuentas de barrio, parece convertirse en el nuevo punto de inflexión de una espiral de malos entendidos, provocaciones y acusaciones de la relación de Rusia con los países europeos y Estados Unidos. Se cumple un mes del intento de envenenamiento del ex agente doble de origen ruso, Sergei Skripal, y de su hija Julia en el pueblo de Salisbury (Inglaterra). Según el gobierno británico, todos los indicios apuntan a que se trató de una acción respaldada por el gobierno ruso para atemorizar a los posibles enemigos o traidores del sistema.
Por su parte Rusia, a través de su Ministro de Relaciones Exteriores, Lavrov, acusa a occidente de “seguir ciegamente y sin cuestionarse las acusaciones sin fundamento” de Gran Bretaña y Estados Unidos, y olvidar esos sistemas de prevención tan efectivos para prevenir entrar en una nueva guerra mundial.
En un mes hemos visto que más de 280 diplomáticos de 28 países (la mitad son rusos y la otra sus contrapartes de 27 países) han tenido que volver a casa, expulsados de los países donde ejercían. Hemos visto los anuncios de Putin, un hombre que necesita demostrarle a sus ciudadanos que é les el padre, el caudillo, el tigre que los protege. Que el enemigo sigue siendo externo, que la Unión Soviética si bien no existe en el papel, sigue siendo un territorio a donde no solo se llega en los recuerdos o la imaginación, sino que siempre que haya un interés ruso es posible anexarlo de regreso, traerlo a casa. Como Crimea, sí. Como Crimea.
Pero es que además están los ciberataques y las manipulaciones de las redes sociales con publicidad falsa para influir en los gustos del electorado (porque ¡arriba el que gane!) en las campañas presidenciales y parlamentarias en varios países del mundo.
Y así vamos, el pequeño drama de atemorizar a un ex-agente ha fallado, porque el plan no se ejecutó con la discreción y la limpieza que exigen esos trabajos.
Porque ha puesto de relieve que Rusia es uno de los países con mayor número de armas de destrucción químicas y que las usa según sus escrúpulos y sus necesidades. Porque pone de manifiesto que la paz es un acto de fé, de buena voluntad, y que somos vulnerables a los caprichos de las vanidades de los líderes de turno.
Sergei y Julia Skripal son solo dos nombres, como lo son Crimea, como lo son los votantes estadounidenses o los sistemas de comunicación del gobierno alemán. Novichock es solo el gas que esta vez causó un daño en el sistema nervioso de dos seres humanos y que prendió las alarmas de que incluso entre los antagonistas debe existir un mínimo de confianza para que la espiral de violencia no se desborde.