Derrota con sabor a triunfo: cuando una pérdida es un inicio…

La lectura de la derrota de la consulta anti-corrupción en Colombia presenta dos lecturas paralelas.

La primera y es que desde el punto de vista jurídico su fracaso es innegable. Menos de medio millón de votos que le negaron la posibilidad de convertirla en vinculante, de obligar al Congreso a expedir leyes al respecto.

Pero el sabor a triunfo viene del lado político, y no es un sabor secundario. Hace dos meses Duque sacó una votación en su momento llamada histórica, porque fueron 10 millones de colombianos los que le dieron su respaldo. Con maquinaria, con equipos de campaña, con presupuesto de los privados y del estado, la locomotora del candidato estuvo bien aceitada y encontró eco en todos los medios de comunicación y redes sociales.

Esta consulta popular, por su parte, la primera que se celebra en toda la historia de Colombia a nivel nacional, tuvo un desempeño épico. Sacó más de 11 millones y medio de votos. Sin reposición, sin tamal, sin bus gratis, sin la promesa del puesto para el familiar. Sin presupuestos de publicidad nacional, con el desinterés de los grandes medios, con los barones electorales de espalda viendo atardeceres y negándose a ser parte de la transformación.

Fue un mensaje ciudadano contundente (aunque contenido por esa apatía electoral), movilizado por el hartazgo que produce la corrupción que se ha asentado en Colombia. La gente, sin tintes partidistas, pide reglas de juego transparentes.

Creo que Duque se la jugó bien. Demostró no ser un barón electoral y puso en evidencia que sus votos no son aún suyos. Pero hizo lo que su antecesor llamó «lo correcto y no lo popular», por lo menos no en las huestes de su partido. Duque le apostó a la modernidad, al ala progresista de la sociedad, y a tender los puentes que anunció en su discurso de posesión. Sería una bonita manera de empezar una historia de amor sin la sombra del villano.

Claudia López, una de las más tenaces y aguerridas políticas de nuestros tiempos se echó esta carga al hombro y midió calles y habló con la gente, repartió volantes y cantó rap, con otros políticos que se la jugaron como Lozano, Robledo y Navarro. Otros fueron tímidos y por eso no van en esta línea con nombre y apellido. Pero afuera hay millones de colombianos que le creemos a esa transformación, que nos resistimos a morir en el fango maloliente de las coimas.

Ahora nos queda un lánguido plan C: que el Congreso por fin sienta en su conjunto vergüenza de ser el actor más desprestigiado de nuestra democracia, y cumpla con el plan A: que legisle por los intereses de un país entero y no a favor de los linderos de sus propiedades. Cuenta con una ciudadanía activa, que participa, que propone. Cuenta con un gobierno que presenta iniciativas y cuenta con algunos congresistas estupendos que no han descansado ni un minuto para combatir ese cáncer llamado corrupción.

Así que más despiertos que nunca, aquí seguimos.

Ayer analicé el tema en las noticias de la mañana de DW. Y que valga la cuña para la cadena, que cree en la región y por eso ahora tiene una corresponsalía muy activa en Bogotá, desde la que cubre a América Latina.